22 feb 2015

Saioa, un domingo de febrero

Reconozcámoslo, si hay algo que caracteriza al Saioa en invierno es su apestoso clima: frío, húmedo y muy, muy ventoso. Me bastan los dedos de una mano para contar los días en los que, desde la cima, he podido contemplar el panorama que se supone se extiende más allá de la punta de mis esquís.
A lo mejor es que a Mari el Anboto se le ha quedado txiki y se ha mudado aquí; y ya sabemos que cuando ella está presente la montaña siempre se cubre de nubes. Además, seguro que está cabreada con tanta gente por el monte dándole la lata, unos corriendo con esquís en invierno, otros corriendo sin ellos en verano. O quizás sea simplemente –mea culpa–, que sólo venimos cuando el mal tiempo nos impide ir al Pirineo.
Salir del vehículo en el puerto de Artesiaga es en sí mismo un acto de fe. Rebozados en niebla, soportando una temperatura que de tan baja ni se ve, y un viento asesino, estoy convencido de que, en comparación, el collado sur del Everest tiene que parecer un balneario.
Pero si a pesar de todo lo consigues –aunque solo sea por llevar la contraria a quienes te dicen: ¿adónde vais con este tiempo?–, logras encasquetarte toda la parafernalia invernal hasta que no dejas visible un solo centímetro cuadrado de cuerpo, y te pones en marcha, descubres que, efectivamente, en la cima no se ve un carajo, que guardar las pieles con semejante  huracán es misión imposible, y que cuando comienzas a bajar no sabes si te deslizas o estás más quieto que el vértice geodésico de la cima.
Pero, también descubres que el traje invernal le sienta muy bien al Saioa: las desnudas hayas se han vestido de  blanco, los pinos ex-verdes cargan montañas de algodón, la anodina pista se ha convertido en un mullido tobogán, y los mustios prados se han cubierto de un tapiz suave y ondulado donde los arrebatos del viento esculpen muros y cornisas a placer.
Y,  tal vez, en un golpe de suerte, se abre la niebla unos instantes y la pala se ofrece franca para el descenso, e incluso la nieve colabora y está en su punto, y disfrutas de un fugaz minuto de gloria, y te vas a casa contento, mientras contemplas por la ventanilla del coche como la lluvia sigue cayendo incesante sobre los verdes prados de la República del Bidasoa, en este domingo de febrero.


















             






7 feb 2015

Orreaga tras el temporal



La nieve se ha hecho esperar este invierno, sobre todo en las montañas cercanas. Ha caído escasa, con cuentagotas, y se ha desvanecido rápidamente. 
Pero al fin ha llegado. Y lo ha hecho en tromba, como si durante todo este tiempo se hubiese estado acumulando para al final reventar y caer, incontenible y densa, sepultando la tierra bajo toneladas de blancura. 
La nieve transforma la montaña en un paisaje engañosamente suave y amable, lleno de sorpresas, pero que nos fascina y seduce. El bosque ha desaparecido bajo la manta blanca. En su lugar encontramos deslumbrantes, congeladas, esculturas barrocas, y delicadas decoraciones que me recuerdan los tópicos navideños.

Es un placer deambular sin prisa por este paisaje de aires nórdicos, asombrándonos ante el efímero arte que se despliega ante nosotros, donde llegar a la cumbre pasa a ser un objetivo secundario… que al final alcanzamos.





Cae y cae la nieve,
Cae la nieve y todo se extravía,
El peatón que encanece
Las plantas sorprendidas,
La curva de una esquina.
                     (Boris Pasternak)