“La majestuosidad del Peñaforca, con Oza a sus pies,
la gran extensión de toda la sierra y sus vertiginosas
paredes le dan su distinción. Es una viva sensación
de estar en el corazón de la alta montaña”
(Rutas Montañeras Roncal-Zuriza. Club Deportivo Navarra, 1980)
Amanece en la cabecera de la Val d’Espetal, el insospechado valle que desde las alturas de Siresa se extiende como una larguísima lengua hasta lamer los contrafuertes rocosos de Peñaforca.
La brillante luz de la mañana alegra nuestros primeros pasos. Estamos a finales de febrero pero el sol y la temperatura se empeñan en contradecir al calendario; parece más bien un primaveral día de abril. También la escasez de nieve a nuestro alrededor parece contradecir a nuestros esquís que, ociosos sobre nuestras espaldas, se dedican a pelear con los setos de boj que se interponen en nuestro camino. La fe de Iku, que soporta estoicamente nuestra incredulidad y nuestras chanzas, resulta conmovedora. A pesar de toda evidencia continúa afirmando que en el barranco encontraremos la deseada nieve.
Poco a poco las aisladas manchas blancas comienzan a unirse al mismo tiempo que la tupida vegetación se hace cada vez más rala, hasta que de golpe el paisaje se abre y aparece ante nuestra vista el Estrecho de A Ralla, repleto de nieve, como una ancha y blanca autopista encajada entre abruptas laderas grises. Carlos, Iñaki y yo respiramos aliviados mientras vemos como Iku crece un palmo por la satisfacción.
No estamos solos, un solitario y esbelto sarrio desciende con parsimonia por la pared izquierda, camina con elegancia por la nieve, se detiene, nos observa unos instantes como preguntándose qué es lo que hacemos aquí, y desaparece orgulloso. Al poco es el turno de un zorrillo marrón que con sus andares saltarines se dirige a sus ocupaciones. Debe ser esta especie de precoz primavera que hace espabilar a los, habitualmente en estas fechas, retraídos habitantes de estas soledades.
El corredor, que acumula y protege la nieve como un inmenso frigorífico, se deja subir con comodidad, y Carlos, con un ritmo vivaz y sostenido, nos coloca rápidamente en el collado que da entrada al Valle de Alano. Lo primero que nos llama la atención es la Punta del Atxar, guardián del paso a Zuriza, que como un gran colmillo se destaca en la sierra.
Es un placer deambular por este amplio valle colgado en las alturas, encerrado por la cadena de picos de la Sierra de Alano por un lado y la alargada muralla del Peñaforca por el otro, invisible desde las montañas de alrededor. Disfrutamos sin prisas del espléndido paisaje, de la soledad buscada.
Pero tampoco vamos a fosilizarnos aquí. Ahora es Iñaki el que arrea, deslizándose a través de una sucesión de llanos y resaltes redondeados que poco a poco nos hacen ganar altura. Las heladas laderas del Rincón de Alano, que refulgen bajo el sol, nos cierran el paso y forman una especie de gigantesco peralte que nos obliga a girar y conduce al pie de la brecha que da acceso a la cima. Toca bajarse de las tablas y remontar, con o sin crampones, la corta pero empinada cuesta, siguiendo las huellas que alguien antes ha tenido la gentileza de trazar.
Descenso
Da pena marcharse. Se está tan bien aquí, encaramados en el mogote rocoso que constituye la cima del Peñaforca. Es un día perfecto con sol, sin viento, y nuestro no por habitual menos querido paisaje pirenaico. Carlos con su experiencia en competición ya está listo y esperando –impaciente, aunque por cortesía no dice nada– a que nosotros acabemos de prepararnos para el descenso. La primera parte tiene bastante inclinación pero la nieve transformada está perfecta y nos permite disfrutar con seguridad. Los giros se encadenan solos, sin esfuerzo, paramos únicamente para sacar fotos y para… retrasar el final. Llegamos a una hondonada y la recorremos buscando el collado por el que continuar descendiendo. Es un momento crucial ya que si nos equivocamos podemos acabar en el borde de algún cortado, sin posibilidad de bajar, y tener que volver a remontar la cuesta. Tras consultar el mapa y nuestra intuición decidimos tirarnos por una serie de pendientes enlazadas por pasillos de nieve que nos permiten un formidable descenso sin interrupciones. Cuando volvemos la vista atrás nos sorprendemos de haber podido bajar por semejante barranco.
La llegada al camino de subida de la mañana marca el final. Es como si se nos hubiera acabado el recreo.
El largo valle colgado de Alano |
Rodeado de murallas, el valle es un mundo aparte |
Las laderas heladas del Rincón de Alano refulgen al sol |
Últimos metros con esquís. El pico Mazandú a la izquierda |
Aproximándonos a la brecha. La cima principal de Peñaforca a la derecha |
Iku es el primero en subir el corredor |
Iñaki, saliendo al sol de la brecha |
Tras salir de la brecha, últimos metros a la cima. Al fondo la mole de Bisaurín. Más atrás Collarada |
El mogote rocoso que forma la cima |
¡Iñaki, estira el cuello que no entras! |
Listos para el descenso |