Salir a correr de noche por el monte no es una elección gratuita sino más bien una alternativa obligada por los horarios laborales extensivos. Por supuesto que es mucho más gratificante correr de día que durante las horas nocturnas, cuando el paisaje se reduce al exiguo y monocromo trecho que ilumina el agitado foco de la frontal. Pero, por otra parte, hay que reconocer que también tiene su encanto, e incluso algo de travesura clandestina: trotar por las oscuras sendas solitarias que bajo la efímera luz nos desvelan sus pequeños secretos; percibir la tenue silueta de bosques y lomas acentuadas por la luz blanquecina de la luna; descubrir los puntitos amarillos que salpican la oscuridad y delatan la soledad de los baserris; o contemplar el difuminado resplandor ámbar que desprenden las aglomeraciones más extensas en el fondo de los valles. Y también están los ocasionales encuentros con la menuda fauna nocturna que sale a pasear en las húmedas noches cantábricas.
La vertiente este de Aiako Harria es un despeñadero escarpado y salvaje donde los contrafuertes graníticos que sostienen las cimas son tragados por el denso bosque que ascendiendo desde el barranco de Endara les disputa cada centímetro de este universo vertical. Territorio empapado de lluvia y niebla, impenetrable excepto por el canal que procedente de Domiko corta horizontal la abrupta pendiente.
Corremos por la sombría orilla, a ratos por el estrecho sendero, a ratos en equilibrio por el angosto murete del canal, atentos a no trastabillar con piedras y raíces o resbalar en el musgo, envueltos por la noche y las colosales hayas, que sólo intuimos.
De pronto, el haz de luz de la frontal nos devuelve un pequeño retazo de color amarillo, después otro y otro, son salamandras, inmóviles en la noche, como minúsculas figuritas de barro. Decenas de ellas, luego cientos. Solitarias en su mayoría, algunas en parejas, nos obligan a extremar el cuidado para no aplastarlas.
Abandonamos el canal y remontamos la ladera, a través del espacioso bosque, camino de Elurretxe. Imperturbables, las salamandras observan nuestro correteo –con un aire un tanto desdeñoso–, y permanecen inmóviles esperando quizás la lluvia que a buen seguro no tardará en caer.
La pequeña fauna nocturna no siempre agradece los encuentros nocturnos |
Llegando a la cima de Jaizkibel |
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