26 dic 2013

Tiempo de despedidas


Acabo de darme de alta en Facebook. Entre la avalancha de datos, imágenes, anuncios y demás parafernalia que se me ofrece/sugiere/tienta/avasalla/agrede desde la pantalla, destaca la invitación a buscar amigos. Hago clik en la opción y repaso la lista de amigos y conocidos más o menos cercanos que se va desplegando. Inmediatamente hay dos cuentas que acaparan mi atención: las de Iñaki Cuellar y Andoni Areizaga. Huellas digitales que permanecen en el tiempo.
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El tiempo. Fluye inexorable, nos absorbe o atropella, nunca perdona. Sin darnos cuenta ya han pasado casi tres meses, estamos a punto de cambiar de año, de pasar página. Los recuerdos y las imágenes sin embargo no nos abandonan, se agolpan vertiginosos como si fuesen pantallazos de Facebook. El tiempo se encargará de depurarlos, seleccionando aquellos que nos acompañarán en nuestra ruta.
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Despedida en el Antiguo. Asistir a un funeral resulta obviamente triste y si como en este caso se trataba de uno triple la sensación puede llegar a ser demoledora. Pero hay algo más, un sentimiento de frustración ante lo aséptico y rutinario de la celebración. Rito cómodo pero anquilosado y vacío de sentido y sentimiento, en el que resulta difícil creer. Dice la violinista Anne Sophie Mutter que “la música se ahorra la digestión cerebral primero y va directa a la emoción, al corazón”. Aquella tarde, en el Antiguo, en contraste con la inane palabrería del sacerdote, la emoción la pusieron las notas de Salbadorren heriotzean que nos humedecieron los ojos; y la imagen de la plaza abarrotada.
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Ritos ancestrales. Hace ya muchos años me tocó asistir, junto con una colega, a un funeral en un pueblo de Gipuzkoa. Una presencia meramente testimonial –de “relaciones públicas”–, sin embargo lo recuerdo vivamente porque al terminar fuimos invitados a pasar al interior de la vivienda donde, alrededor de una gran mesa, familiares y amigos daban cuenta de un suculento tentempié. Cohibidos al principio por la falta de costumbre, se nos hacía violento participar, pero ante la insistencia acabamos comiendo, bebiendo, charlando... y descubriendo la sabiduría de costumbres ancestrales que conseguían diluir por momentos el ambiente de pesadumbre.
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Una mañana de noviembre. El parque de Cristina-Enea, con sus árboles centenarios, solemnes columnas de este templo natural, fue el marco arriesgado y perfecto para la manifestación de cariño, respeto y solidaridad que los amigos desaparecidos y sus familias merecían. La mañana de aquel otoñal 9 de noviembre, fría y gris como el ánimo inicial de todos los presentes, se fue animando a medida que se desarrollaban los actos previstos, está vez sí, cargados de sentido y emoción: palabras de ánimo, versos emotivos, sentida música, danza de homenaje, imágenes para el recuerdo, infantiles dibujos plenos de inocencia, canciones reconfortantes, alimentos para el espíritu y alimentos para el cuerpo. Y así, al calor de las conversaciones, el ritmo de las canciones y la exquisitez de las tortillas solidarias, los contraídos rostros se fueron relajando y sonrisas de futuro aparecieron, pues la vida continúa.


Txemak, Amaiak, Norak, Uxuek eta Imanolek egindako marrazkia




                                  







13 oct 2013

Andoni, Iñaki, Joxi, Bernard


Y al fin el accidente inesperado,
el golpe oscuro de la desventura,
el ciego encontronazo, la segura,
clara certeza de que te han matado.
  Rafael Alberti

Estupor, incredulidad, desolación, tristeza... estados de ánimo que se entremezclan mientras intento comprender lo incomprensible.

Me lo imagino perfectamente. Es algo que muchos hemos experimentado. Aterrizaje, tras varias semanas en las montañas de otro país, otro continente, y carretera rumbo a casa. Cansados pero contentos, charlando animados sobre las experiencias vividas, las anécdotas, pero con ganas de llegar, de abrazar a la familia, ver a los amigos, recuperar la vida diaria, preparar nuevos planes... sólo que en este caso la fatalidad se cruzó en su camino y junto con sus vidas se llevó su ilusión, su alegría, sus proyectos, dejando un reguero de dolor inmenso.  

El mazazo ha sido tremendo. En el ámbito de la montaña en el que nos movemos estamos desgraciadamente “acostumbrados” a padecer de vez en cuando la desaparición de un amigo o conocido. Suena crudo, pero es así. Es el “peaje” que este mundo tan bello y a veces tan cruel exige e implicitamente aceptamos. Pero desde luego, para lo que no estábamos preparados es para semejante sacudida. Se hace difícil asimilarlo.

Y luego está la manera. Decía el escritor Albert Camus que no conocía nada más absurdo que morir en un accidente de auto (y fue precisamente en la carretera donde él falleció). Y tenía razón. El coche no es sino un medio que nos permite acceder con más facilidad al lugar que de verdad nos importa: la montaña. Trágica ironía. Aceptamos los riesgos de nuestro deporte, nos preparamos y equipamos para aumentar la seguridad y eludir los peligros, y cuando, indemnes, tomamos el camino de vuelta,... “el accidente inesperado, el golpe oscuro de la desventura”.

No consigo hacerme a la idea de que ya no están. Tengo la impresión de que me los voy a encontrar cualquier día en la calle, en el Club, en el monte... O, como me pasa con otros amigos desaparecidos, me sobresaltaré cuando me cruce con alguien que por su parecido, la manera de andar o cualquier otro pequeño detalle me induzca a pensar por un instante que son ellos.

El impacto en la ciudad ha sido enorme. Donostia, Gipuzkoa, es un territorio pequeño. Descubres con sorpresa la insospechada cantidad de gente –no sólo del entorno montañero– que les conocía directa o indirectamente. Personas que, bien habitualmente o tan sólo en algún momento, conocieron o se relacionaron con ellos, y ahora sienten la necesidad de contártelo.

En cuanto al Club, el único precedente de una conmoción equiparable que me viene a la memoria es la caida de Josetxo Picabea y Patxi Zabaleta en el Tozal del Mallo, en 1976. Apenas unos críos que soñaban con grandes hazañas, vivimos en segundo plano aquel drama, testigos de la estupefacción y el dolor de sus amigos y familiares. Recuerdo los corrillos, las conversaciones en voz baja, la incredulidad... igual que ahora.

Y de la misma manera que Josetxo y Patxi forman desde entonces una cordada indisoluble, Andoni, Iñaki, Joxi y Bernard permanecerán para todos y para siempre unidos en el recuerdo.



30 sept 2013

Midi d'Ossau: la Torre Oscura





Al fin los ojos se le detuvieron y entonces la vio: muro sobre muro, almena sobre almena, 
negra, inmensamente poderosa, montaña de hierro…: Barad-dûr, la Torre Oscura.
Tolkien “El Señor de los Anillos”

Si hay una montaña que destaca sobre las demás es el Midi d’Ossau. Cada vez que nos encaramamos a cualquier cumbre del Pirineo occidental y nos detenemos a contemplar el panorama de picos, macizos y sierras a nuestros pies, nuestra mirada se ve irresistiblemente atraida por la mole del Midi. Altiva, majestuosa, monolítica, orgullosa, solitaria... la retahila de adjetivos que le podemos adjudicar es interminable.

Desde su soledad, su elegante y provocativa silueta de verticales paredes nos cautiva e incita a acudir una y otra vez, hasta el punto de que –en mi caso– es probablemente la montaña en la que más vías he escalado.

Sin embargo, a medida que nos acercamos, su compacta imagen se rompe en una desmesura de picos, crestas, corredores e inmensas paredes en la que te sientes empequeñecido, hormigas haciendo cosquillas a un gigante.

Travesía Petit Pic – Grand Pic


Clásica entre las clásicas, esta travesía que combina las dos cimas principales de la montaña fue inaugurada nada menos que en 1890. La escalada es sencilla, sin ninguna dificultad técnica, pero su atractivo lo constituyen sus más de 600 metros, su austero ambiente y grandes panoramas.

En la primera parte –la arista de Peyreget– no se necesita cuerda excepto en su tramo final, siendo su mayor dificultad navegar por el caos de agujas, corredores y muros en que se descompone. Numerosos cairns nos ayudan aunque en algunos momentos desaparecen.

Alcanzada la cumbre del Petit Pic, la vista de la granítica torre del Grand Pic es formidable. Es curioso como desde aquí, su cima, protegida por verticales murallas, parece inexpugnable. Sólo la experiencia nos permite descubrir que las aparentemente sólidas e insuperables paredes no lo son tanto.

Un rappel nos coloca en la Fourche, al pie de la cara este del Grand Pic. El inicio de la escalada con la travesía de las placas blancas es el pasaje más interesante de toda la ascensión. El resto consiste en una sucesión de corredores y plataformas pedregosas que nos van acercando a la cresta cimera.

La llegada a la cima tras recorrer cualquiera de las largas vías del Grand Pic suele coincidir por lo general con las primeras horas de la tarde, cuando ya los montañeros han regresado al acogedor refugio de Pombie –o se hallan atascados en el descenso de los diedros de la vía normal– y la cumbre está desierta.

Sólos, una vez más, en esta solitaria torre oscura. 




Llegada al Col de Peyreget desde donde comienza la arista


Encontrar la ruta entre bloques es parte del juego

Se vislumbra ya la cima del Petit Pic


El panorama sobre el Aspe y los Picos de la Garganta es formidable.
En primer término, a la derecha, las Flammes de Pierre 

Una cordada empequeñecida por la grandiosidad de las Flammes de Pierre


El lago y el refugio de Pombie disminuyen en la distancia

Desde la cima del Petit Pic se disfruta de una vista excepcional sobre la torre del Grand Pic 

Una cordada en el paso de las placas blancas, en la cara este del Grand Pic

Es nuestro turno: Sebas en las placas blancas

Llegando a la cima del Grand Pic. El lago de Bious-Artigues al fondo del valle

La inmensa proa del Petit Pic desde la cima del Grand Pic


Nota: Para la vía es suficiente una cuerda, pero siempre teniendo en cuenta que el rappel del Petit Pic es de cerca de 40 m. Suficiente llevar 3 ó 4 friends .

31 ago 2013

Condenado al paraíso


La diáspora

Verano. Amigos y conocidos van y vienen, desparramándose por medio mundo a la búsqueda de las montañas y paisajes soñados durante el invierno. Desde destinos clásicos como Chamonix a exóticos como el monte Ararat; de las pétreas torres de Dolomitas al más familiar pero siempre atractivo Pirineo.
La inquietud –en mi caso, una frustración hace tiempo asumida– que este desfile me produce se ve aumentado cuando me entero de que me han organizado unas vacaciones en Menorca. ¿Menorca? Corro a informarme y consulto ilusionado el mapa de la isla esperando encontrar una accidentada geografía llena de montes y posibilidades. ¡Oh, desastre! Repaso una y otra vez el mapa hasta que constato estupefacto que la “montaña” más alta de la isla, el Monte Toro, alcanza la increíble altitud de ¡358 metros!, carretera incluida, santuario en la cima, y hasta una hospedería.

La isla amurallada

Nada más poner los pies en Menorca me llaman la atención los muros de piedra que dividen interminables el paisaje. Miles de kilómetros de muros (hablan de más 11.000 km) que delimitan fincas y pastos, protegen la tierra de la feroz tramontana, y de paso eliminan las piedras de los campos (¿será por esto que no quedan montañas en Menorca...?).
Paredes secas, es decir, sin cemento ni argamasa alguna, utilizadas desde épocas prehistóricas en poblados y talayots, pasando por las monumentales “barraques” circulares en forma de pirámides escalonadas, y por supuesto en los muros infinitos. ¡Esta gente lleva milenios dedicándose a apilar piedras!
Tapias grandes y pequeñas, blancas o rojas según el material disponible en cada zona, o ennegrecidas por el paso del tiempo. Lienzos pétreos que se entrecruzan por los campos o avanzan inexorables hasta el mar, que flanquean caminos y carreteras convirtiéndolos en estrechos desfiladeros, sólo interrumpidos por angostos pasos que se abren mediante leves barreras (“portells”) de madera de acebuche, que semejan costillares de fantásticos animales.

Caminando junto al mar

Los caminos de la historia son tan insospechados y sinuosos como los senderos de Menorca. Un camino ancestral, trazado y mantenido durante siglos con fines defensivos, se ha convertido hoy día en una fascinante travesía a lo largo de la costa isleña. El Camí de Cavalls (GR223) es otra de las gratas sorpresas que me ha deparado este viaje. Este gran recorrido circular de 185 km bordea acantilados vertiginosos, bahías recónditas y calas paradisíacas; atraviesa barrancos boscosos y llanuras de piedra; enlaza antiguos torreones de vigilancia y faros altivos y desafiantes; y todo con el telón de fondo del azul Mediterráneo. La reciente recuperación de este camino –que ha conllevado numerosas expropiaciones–, me parece todo un logro, casi un milagro en este paisaje de playas de imposible azul, tan codiciado por los especuladores, y más aún en estos tiempos en que la crisis sirve para justificar todo tipo de desmanes medioambientales. 

Monte Toro

Será bajito pero es el más alto de la isla. O sea que no podía dejar de subirlo (el famoso virus de las cimas...). Por más que busqué en la red no encontré datos sobre senderos, caminos o pistas. Toda la información me remitía a la carretera. Quizás no indagué lo suficiente, o lo más probable: casi nadie sube andando al Monte Toro.
Al amanecer me calzé las zapatillas en una silenciosa y solitaria calle de Es Mercadal. Obviando la carretera directa, inicié un suave trote por una pequeña carretera lateral (Son Carlos) que, bordeando el monte, me condujo a un alto desde el que accedí por fin a un precioso camino entre masías. Poco me duró la alegría. Tras un breve recorrido en el que mientras corría me iba desayunando las innumerables telarañas que lo poblaban, el sendero desembocó finalmente en la carretera principal. Quedaba un último kilómetro y medio de duras rampas de asfalto que me obligaron a ralentizar el ritmo hasta llegar a la explanada del santuario. Allí, subido en una alta peana –rivalizando con la multitud de antenas–, me esperaba un cristo con los brazos levantados, no se bien si acogiéndome o diciendo ¡ya te ha costado!
La altura de la cima es modesta pero el panorama, que abarca toda la isla, es espléndido. La pálida luz de la mañana inundaba el paisaje subrayando los discretos cordales de blancas masías y la línea de la costa con sus ensenadas azules. Tras recuperar el resuello y disfrutar de las vistas sólo me quedaba una cosa por hacer: correr cuesta abajo –esta vez sí, por la ruta directa–, en busca de las ensaimadas para el desayuno.

Adeu

Tumbado en la blanca y fina arena de una recóndita cala, bajo un cielo imperturbablemente azul, observo las marcas claras que las sandalias han dejado en mis bronceados pies, libres por unos días de la opresión de las botas de monte o de la insufrible apretura de los pies de gato. Al fondo, blancas velas surcan un mar de aguas transparentes. Bueno..., después de todo, quizás podría acostumbrarme a vivir en el paraíso... 

Camino por los acantilados del sur de la isla

Faro de Favaritx
Llegada a cala Macarella
Muros de piedra seca

Muros que dividen pastos o protegen árboles. Barrera de madera de acebuche omnipresentes en la isla

Poste indicador del Camí de Cavalls
Camí de Cavalls por la tierra de arcilla roja de la costa norte de Menorca
"Barraque" circular. Muro de piedra roja. Cabaña de piedra

Camí de Cavalls por el sur de la isla
Taula de Torrellafuda


PD: Un libro sobre Menorca: "Lluvia roja" del escritor holandés Cees Noteboom (Ediciones Siruela).

13 ago 2013

Arista 3 Consejeros al Pic de Neouvielle


Charlaba hace unos días con Suso Ayestaran, mientras tomábamos una cerveza, de montañas y escaladas. Y esto, que parece tan normal, ya no lo es tanto. Hoy día nos juntamos poco con los amigos y cuando lo hacemos, siempre hay muchos otros temas y preocupaciones aparte de la montaña.
Añoro aquella época en que podíamos pasar gran parte de nuestro tiempo con los amigos, soñando montañas y aventuras, intercambiando noticias, asombrándonos con las hazañas de famosos escaladores, trazando proyectos de audaces vías, disfrutando de nuestra inocencia.
Hoy día tenemos a nuestro alcance un impresionante caudal de información con sólo hacer un clic, conocemos y vemos al momento las actividades que se realizan en cualquier lugar del mundo, las novedades técnicas y de material en cuanto se producen,... y sin embargo tengo la impresión de que es todo más frío y objetivo; echo en falta el entusiasmo que se genera durante la conversación, la calidez, los matices.

La Arista de los Tres (mil) Consejeros

Uno de esos planes deseados largo tiempo, y que por diversos motivos íbamos posponiendo, era la Arista de los Tres Consejeros al Pic de Neouvielle. Se la conoce así pues es la cresta que une el Pico de los Tres Consejeros al Pic de Neouvielle, sin embargo creo que podríamos cambiarle justificadamente el nombre por el de “los Tres Mil Consejeros” ya que todo el mundo que la hace –y la hacen muchos– te aconseja que vayas.
La vía, por su aproximación –con la incógnita de la rimaya que da acceso al corredor de la Brecha de Neouvielle–, su excelente granito, sencillez, espléndidas vistas sobre los lagos, y los tres mil metros que alcanza, es una gran clásica de la alta montaña pirenaica. Quizás le falte algo de longitud y una pizca más de dificultad para ser perfecta, pero no cabe duda que es una ascensión para disfrutar.
Claro que uno de los problemas que acarrea ser una de las vías mas apetecibles del Pirineo es la cantidad de cordadas que atrae, con las correspondientes colas y atascos los fines de semana durante la temporada. 
En nuestro caso, el día fue perfecto, con sol –pero no excesivamente caluroso para ser agosto–, y una espléndida soledad en la arista, probablemente porque la inestable previsión metereológica ahuyentó al público.
Me uno pues a los tres mil consejeros y, desde aquí, recomiendo la ascensión.



Cruce de la presa de madrugada y la presa vista al amanecer desde la vira

La vira de aproximación. Al fondo se ve claramente la Brecha de Neouvielle
y el perfil de la arista


Llegando a la rimaya. Este año el nevero de la base está imponente.


Negociando la rimaya


Llegando al diedro

Escalada del diedro, máxima dificultad de la arista (IV)



Llegada a la cima. El Cap de Long al fondo

Sebas en la cumbre del Pic de Neouvielle
Ruta de aproximación a la arista desde el lago de Cap de Long



Notas:
- Aproximación: nosotros subimos desde el lago de Cap de Long pero me parece mejor hacerla desde el Lac d’Aubert ya que al regreso nos ahorraremos la remontada hasta el Pas du Gat.
- Material: encontramos un clavo y 5 friends atascados. El resto se soluciona bien con un juego de friends y cintas largas para los bloques (por cierto, inaudita la cantidad de friends abandonados: una de dos, o pasa mucha gente o muchos de los que pasan no tienen idea de colocar friends!! Quizás sean ambas cosas). Botas y crampones para el nevero de entrada al corredor, según la época y condiciones.