14 feb 2014

Soum de Léviste (2437 m)


Este año, los montañeros nos estamos volviendo expertos en ventanas. Pero no de esas que tenemos en casa sino de las que nos pronostican los meteorólogos. Cualquier tregua en este calamitoso y persistente mal tiempo se convierte en una ventana. Es el sinónimo de moda.
En esta época de ciclogénesis más o menos explosivas, vientos desatados y olas imposibles, las semanas se hacen largas y cuando nos anuncian una ventana de buen tiempo, por mínima que sea, nos abalanzamos sobre ella y, como ladrones, nos colamos para robar esas escasas horas de benigna climatología que nos permitirán cumplir alguno de nuestros objetivos invernales.

El Soum de Léviste –una de esas montañas que figuran en los márgenes de los mapas que habitualmente manejamos–, es por su posición alejada del eje pirenaico y su modesta altitud un plan perfecto para días inestables. Por otra parte, las cada vez más detalladas y concretas previsiones nos inducen a forzar la mínima posibilidad, nos la jugamos, y de vez en cuando salimos trasquilados.

A la altura de Pierrefitte abandonamos la ruta habitual a Luz-Saint Sauveur y subimos al diminuto barrio rural de Ortiac, consistente en un puñado de granjas y residencias secundarias asentadas en un escalón del barranco. Desde aquí, escalamos con la furgo una estrecha e inclinada pista que zigzaguea a través del bosque hasta llegar a las granjas de Hérou. Mientras el camino nos zarandea sin piedad, observo los pequeños prados verdes que alegran este paisaje invernal, gris y marrón, como quemado por la nieve reciente. Pequeñas bordas de muros triangulares y almenados puntean las campas mientras aguardan abandonadas su ruina inminente. Tan sólo algunas, transformadas en refugios, se pavonean con sus tejados relucientes.

La nieve es escasa en esta cota por lo que, esquís a la espalda, comenzamos la ascensión, que se caracteriza por pronunciadas cuestas pues sus 1.300 m de desnivel se comprimen en relativamente poca distancia. A medida que remontamos la pendiente, ya con esquís, el tiempo se va estropeando, convirtiendo la inicial promesa azul en un gris sucio al que un velado sol confiere un aire fantasmagórico. Para cuando llegamos al pie de la subida final, una pirámide redondeada de 300 metros (Soum quiere decir cima redondeada en gascón), un viento sur, fuerte y frío, nos hace saber que no somos bienvenidos.

Ante la dureza de la rampa –en algunos momentos de 40º–, y el hielo que la cubre optamos por dejar las tablas y continuar con crampones. Es una lástima pues este descenso, con buena nieve, tiene que ser espectacular. En la cima nos encontramos con un mamotreto de placas solares, solitario y congelado, que rompe el feroz encanto del paisaje invernal.

Las ráfagas de viento, cada vez más bruscas y agresivas, hacen que nos apresuremos a bajar. Recuperamos los esquís y nos deslizamos con precaución pues la nieve, muy cambiante, no permite alegrías y nos sanciona el mínimo error. La ventisca barre las laderas y lanza la nieve en chorros como si fueran cañones de una estación. Apuramos el descenso hasta que la hierba nos corta el paso.

De nuevo a pie, bajamos a trompicones por el talud herboso con los esquís alzándose como mástiles sobre nuestras mochilas. El vendaval se ceba con nosotros y nos vapulea sin misericordia hasta que alcanzamos la furgoneta. La montaña nos expulsa sin miramientos.

La ventana se ha cerrado de golpe.



La pista termina en las granjas de Hérou

Estamos justo encima del pueblo de Pierrefitte


Un sol velado da al paisaje un aspecto fantasmagórico 
Parece que salimos de la nada 
Enfrente la empinada y helada cuesta final




Iosu e Iku alcanzando la cima del Soum de Léviste



Iku. Al fondo, el Pic de Midi de Bigorre

Durante la bajada el tiempo se estropea


El viento agita las nubes y nos da un último respiro azul

 Las ráfagas barren la ladera y nos lanzan la nieve


Excursión realizada el 9 de febrero 2014