12 mar 2016

BISAURÍN por el corredor NE

En pleno corredor
Circulamos por el fondo del valle, donde apenas penetra la escasa y gélida luz del amanecer; a esa hora en la que parece que hace más frío si cabe; en la que el cuerpo, amuermado por las horas de carretera nocturna, se encoge instintivamente y añora la cama calentita, no hace mucho abandonada. Las curvas se suceden cerradas y machaconas, la nieve va creciendo en las cunetas, y la escarcha tiñe el paisaje de Navidad. Por fin, la carretera se endereza y emergemos de las sombras. La luz deslumbrante del sol, acrecentada por la blancura de la nieve que cubre la montaña, nos ciega y reconforta al mismo tiempo. El Bisaurín se alza resplandeciente sobre el paisaje y su mole blanquísima contrasta con el oscuro cielo azul, que aún conserva restos de la noche.

El parking del refugio de Lizara está a rebosar. Los vehículos, encajados en los pocos recovecos libres, vomitan montañeros de todo pelaje que, con asombrosa unanimidad, se dirigen hacia el collado del Foratón, con intención de ascender por la gran pala del Bisaurín. Iku y Jon, que han viajado de víspera, nos reciben impacientes. El trasiego de esquiadores y el buen tiempo les han puesto nerviosos, con ganas de comenzar la jornada.

En fila de a uno nos deslizamos trabajosamente por el áspero y solitario barranco de Bernera que, encajonado entre los contrafuertes del Bisaurín y los de la Sierra de Bernera, asciende a trompicones hacia la Plana Mistresa. El día está precioso, de foto, pero como todos sabemos, en las fotos no se aprecia ni el viento ni el frío, y eso es precisamente lo que hace hoy: un viento glacial que barre la garganta y nos congela.

En un descanso, Jon me recuerda cómo, el pasado verano, al otro lado del barranco, nos salió de improviso un gran jabalí que, sin duda más asustado que nosotros, huyó despavorido pedrera abajo hasta desaparecer tras los matorrales.

La Plana Mistresa
Por fin la angostura se abre y salimos a la Plana Mistresa, valle cerrado, atrapado entre las cumbres. Siempre me ha gustado esta hoya. En verano es como un oasis verde en medio del desierto gris y rocoso del karst que lo rodea. Ahora, en invierno, es una inmaculada explanada blanca, igualada por la nieve que enmascara la orografía y nos engaña.

Por lo general, es la abrupta belleza de los picos lo que primero llama nuestra atención, desafiando ese espíritu competitivo que llevamos incrustado en el ADN; pero la montaña es contraste y diversidad, y las cumbres tienen su reverso en los valles, menos épicos pero quizás con más encanto, como este pequeño valle colgado. Sería bonito quedarse aquí, disfrutando de esta plácida hondonada donde además el viento está en calma, pero los planes son los planes y nos queda mucho camino por delante. El collado de Secús nos espera allá en lo alto, brillando al sol, con aspecto inalcanzable, al final de una impoluta y empinada cuesta.

Acabada la plana, las rampas se hacen progresivamente más duras. Iku, sin inmutarse, traza largos zigzags sin aparente esfuerzo. A mí, por el contrario, se me hacen interminables. La gran cornisa que defiende el collado la salvamos con los esquís a la espalda.

El Corredor NE
Estamos ya al pie del corredor. Tiene buena pinta, la nieve que lo rellena lo ha convertido en una inclinada cuesta que lleva directo a la cresta. Parece que no vamos a necesitar la cuerda. Toca cambiar de herramientas. Sustituimos la suavidad de los esquís por las afiladas puntas de los crampones y los bastones de apoyo por los piolets de agresiva curva.

Hoy, desde luego, no es mi mejor día. Me siento cansado y la operación de colocar los crampones me ha dejado las manos congeladas; además, el persistente y glacial viento no contribuye a mejorar la situación. ¡Qué le vamos a hacer, las condiciones ideales no existen! El día es magnífico, la compañía inmejorable y llevo tiempo rumiando este plan, así que nos ponemos en marcha y comenzamos a ascender por el corredor.

La nieve está perfecta, entra justo la punta de la bota y en algunos tramos con algo de hielo los crampones muerden con ganas. Subo despacio, a golpes. La fuerte pendiente y el peso de los esquís se hacen sentir. Paro con frecuencia para recuperar el resuello y, de paso, aprovecho para golpearme con las manos, como un percusionista, intentando hacer llegar la sangre a mis ateridos dedos.

Poco a poco vamos remontando el inmenso tobogán hacia la línea huidiza que marca la salida, y que a veces da la impresión de alejarse a cada paso que damos.

2670 metros de agua
El viento afila la cresta de nieve por la que circulamos, al mismo tiempo que nos incordia y nos hace trastabillar. Pienso, mientras camino, que la montaña en invierno es una ilusión, un espejismo, deambulamos por encima de una capa de 40, 60 o más centímetros de agua, en realidad hoy no la hemos pisado en ningún momento.


Veo al fondo el pequeño promontorio redondeado en el que se arracima un puñado de montañeros, entre ellos Iku, Jon y Periko que me esperan. Es la cumbre, y aunque hace tiempo que las cimas han dejado de ser lo más importante para mí, me dirijo obediente hacia ella.



Salida desde el refugio de Lizara. Mucho frío desde el principio

Remontando el barranco de Bernera

En la Plana Mistresa

Subiendo hacia el collado de Secús

Última rampa antes del collado de Secús

Collado de Secús, al fondo la Plana Mistresa

Caminando hacia la cima de Bisaurín
Cresta de Bisaurín
Cima de Bisaurín: Periko, Jon, Iku, JC

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