11 jul 2013

La piedra

A Miren


La piedra estaba allí, agazapada en una cresta de la Sierra de Aralar, esperando.

Apenas si tenía un vago recuerdo de sus orígenes. Su pétrea memoria –si es que las piedras tienen memoria– albergaba confusas imágenes de cálidos mares jurásicos, luego milenios de oscuridad, y finalmente el cataclismo que la desgajó de la montaña, el viento, la nieve y el agua que la desplazaron hasta dejarla abandonada, en inestable equilibrio, en esta arista inhóspita.

En su pedregosa soledad, lamentaba sobre todo –si es que las piedras se lamentan– su petrificada y silenciosa inmovilidad. Hubiese querido ser libre como los pájaros e insectos que revoloteaban a su alrededor, tan grácil como el planear de los buitres que a media mañana despegaban de los acantilados y se perdían sin esfuerzo en la inmensidad azul.

Un día, no recordaba exactamente cuando –si es que las piedras recuerdan–, observó con mineral sorpresa a unos hombres –como los que durante siglos había visto transitar valle abajo– trepar por la arista y pasar a su lado. A partir de entonces, regularmente, otros hombres y mujeres se izaban hasta su trono, pero cuando descubrían su falsa firmeza la insultaban, y en ocasiones hasta la pisaban en su avance hacia la cumbre. Si su rocoso carácter se lo hubiera permitido, se habría estremecido de rabia e impotencia, y se juraba, llena de geológico rencor, tomar venganza.

Aquella mañana, dormitaba en su atalaya –si es que las piedras duermen– al calor de un sol veraniego que, aunque se había hecho esperar, calentaba ahora su inorgánico ser, cuando creyó oir unas voces que se aproximaban.

Otros –pensó (si es que las piedras piensan)– que vienen a pasar por encima de mí, ignorándome y haciendo más insufrible mi cruel letargo.

Esperó, pues, tratando de ofrecer su más firme imagen, su más atractivo canto, a la mano que incauta se agarraría a ella para superar el paso. Cuando el primero de cordada se aupó hasta la roca, instintivamente asió tan buen agarre y a punto estuvo de colgarse, pero, en el último instante, se percató de su impostura, y con un grito avisó a sus compañeros de la estática trampa. La inestable peña, al ser descubierta, enrojeció –si es que las piedras enrojecen– de ira y vergüenza, pues una vez dada la alarma, los intrusos pasarían una vez más por encima de ella, burlándose de nuevo de su maciza inutilidad.

Sin embargo, cuando asomó la escaladora del grupo, se dio cuenta de que, concentrada en avanzar ligera, no reparaba en ella. La gris caliza trató de quedarse aún más yerta si cabe, hasta notar unas manos que la aferraban con fuerza y tiraban de ella. ¡Por fin! El momento tan deseado había llegado. Sin pensarlo, se dejó arrastrar, descargando todo su peso en la rodilla de su desdichada adversaria. Oyó un quejido y algo rojo impregnó su áspera piel roqueña, mientras rebotaba, desplomándose unos escalones más abajo.

Desde su nuevo emplazamiento, escuchó durante un rato –si es que las piedras escuchan– lamentos, gritos y conversaciones. Al cabo, los vio alejarse pedrera abajo, dolorida y renqueante una, intentando ayudar los otros. Su sensación de triunfo era total. Sin embargo, cuando ya las figuras no eran sino diminutos puntos en el verde paisaje, comenzó a notar como la alegría y la excitación también la abandonaban, y de nuevo quedaba allí, huérfana e inmóvil, agazapada en aquella arista de Aralar, y sólo sintió –si es que las piedras sienten– tristeza y amargura.


Malloak

Balerdi

3 comentarios:

  1. Me ha gustado de que forma tan sutil les has llamado de todo a la piedra, muy bonito y bien escrito el relato y ánimo para quien sufrió la venganza de ésa piedra.
    Juanjo Ferrer

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  2. Y no es la única.

    Es que una piedra siempre es una piedra.

    En cuanto pueda la bajo y la pongo en el jardincillo del club ...

    Aio

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  3. ¡joder!, ¡esperar a que una de las "protas" de tal hazaña intervenga...!. Claro, os habéis adelantado porque me arrastro a 2 por hora y no llego a tiempo...¡malditos...!
    P...piedra, espero volver a verte yerta y fría en el sitio donde te dejé, te tocaré, sí, llevas mi marca, y con un corte de mangas me volveré a despedir de tí...
    Juancar, gracias una vez más, ahora por tus letras, genial, me has sacado la sonrisa...

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