10 may 2015

Picnic en la Maladeta

Son ya las 8 de la tarde cuando, tras remontar la última cuesta de la pedregosa pista, desembocamos en las Granjas de Viadós y contemplamos por fin la mole del Posets. Estamos a primeros de mayo y la sutil luz del atardecer baña el paisaje con ese toque suave que confiere tranquilidad y sosiego. El día declina y con él nuestros ánimos. Miramos y remiramos y no damos crédito a lo que vemos. Mejor dicho, ¡a lo que no vemos! El blanco manto que apenas unos días antes vestía las imponentes laderas del macizo ha desaparecido casi por completo. Las altas temperaturas primaverales y las fuertes tormentas se han encargado de limpiar los restos del invierno, dejando tan sólo unos aislados lapos de nieve que dudo mucho podamos conectar con los esquís. Miramos la montaña, miramos el reloj, hay que tomar una decisión rápida: o nos volvemos para casa o nos tragamos los más de 100 kilómetros que nos separan de Benasque, el lugar más cercano donde podremos encontrar nieve.

Amanece en el Plan d’Están. La pista, cerrada por una valla (zona inundable, dice), está a rebosar de vehículos. Dos montañeros del coche que nos precede, que se aprestan a salir hacia el Pico del Alba, nos comentan:

         –Esto no es nada. Ayer sábado había muchos más. ¡En la cima de Aneto contamos entre 80 y 100 personas!


Es mayo y la nieve escasea este año en el Pirineo. Todo bicho viviente con tablas en lugar de pies se concentra en Benasque.


Desde La Besurta (1.860 m), en vez de dirigirnos a La Renclusa, nos desviamos hacia la derecha por unas empinadas laderas que, una vez superadas, nos sitúan en una loma por encima del refugio. Mientras recuperamos el aliento disfrutamos de una espectacular vista sobre la inmensa y todavía sombría pala helada que desde el albergue asciende ininterrumpida hasta lamer los soleados contrafuertes de la Maladeta.

En un primer momento las cimas nos parecen cercanas, rápidamente asequibles por los despejados campos de nieve. Las proporciones engañan, nuestro cerebro es incapaz de interpretar los datos que le envían los ojos, de comprender las dimensiones reales del paisaje. Pero como decía el filósofo el hombre es la medida de todas las cosas, y basta fijarse en la multitud de puntitos negros desperdigados, subiendo lentamente por la blanca inmensidad del glaciar de la Maladeta, para percatarse de la magnitud de este escenario.


En la base del pequeño corredor que facilita el ascenso al Pico de la Maladeta parece que se celebra un picnic. Una treintena de montañeros –la mayoría con esquís– acampan sobre la nieve, mientras se preparan para subir o bajar, comen, beben, charlan y se relajan. Nos unimos a ellos. Se está bien aquí, apelotonados bajo el brillante sol de mayo, en el que será probablemente el último día de esquí de la temporada.
La aparentemente estable congregación se renueva sin cesar. Constantemente, pequeños grupos la abandonan camino de la cima o el valle, mientras que otros, recién llegados, los sustituyen.

El estrecho corredor, por el que circula sin descanso una procesión en ambas direcciones, no supone ninguna dificultad, y pronto nos encaramamos en los grandes bloques de granito que conforman la exigua cumbre de la Maladeta (3.308 m). La mirada recorre el horizonte, sobrevolando la ingente cantidad de cimas que nos esperan, y se detiene en el Aneto, en cuya cumbre se adivina un enjambre de personas haciendo cola para cruzar el Paso de Mahoma…


La gran pala que lleva al Portillón Superior. Sólo en esta foto cuento casi 70 puntitos... 
Ascendiendo por el Glaciar de la Maladeta. Al fondo el Pico y el corredor de acceso 
En la base del corredor del Collado de la Rimaya
Jon en pleno corredor. El picnic se ha quedado abajo
Tras salir del corredor, sólo queda una suave ladera hasta la cumbre
Cima de la Maladeta. Al fondo el Aneto

Momentos pre-cerveza en La Renclusa...

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