El Saioa (1.419 m) suele ser una de las primeras citas de la temporada de esquí. En cuanto las primeras nevadas llegan a Euskal Herria, las herbosas lomas del macizo de Saioa se cubren de nieve atrayendo una masa de montañeros a pie, con raquetas y sobre todo con esquís.
Desde Donostialdea, ni siquiera es necesario madrugar excesivamente. El fácil acceso por carretera al puerto de Artesiaga y los escasos 430 metros de desnivel que lo separan de la cima permiten una bonita y rápida ascensión (o varias), y un descenso breve pero satisfactorio, pudiendo regresar a casa para comer. Una toma de contacto con la nieve para ir afinando la puesta a punto del equipo o una breve escapada cuando el tiempo no da para más.
Dicho esto, me produce una cierta tristeza comprobar como una montaña tan característica y majestuosa como el Saioa –la más alta del valle del Baztan– se convierte (la convertimos) en un mero campo de entrenamiento. En un conocido diario guipuzcoano llegan hasta afirmar que “es un monte especialmente diseñado para entrenar”. Pobre Saioa. Me quedo sin palabras.
Para mí el Saioa siempre ha sido una montaña de travesías. Quizás porque la primera vez que lo subí fue durante una larga excursión invernal del Club, o tal vez influenciado por aquellos evocadores textos de Luis Pedro Peña Santiago en los que “con las manos en el bolsillo y el viento en la cabeza” recorría estos parajes poblados por leyendas y tradiciones.
Travesías que comienzan en el puerto de Belate o en alguno de los encantadores pueblos del Baztan, ascendiendo por boscosos y húmedos barrancos, escondidas errekas, aislados baserris (esperando a que Andoni los fotografíe), para finalmente alcanzar los largos cordales de amplios horizontes.
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