5 ene 2014

Adarra 2014

Hace exactamente un año que comencé a publicar este blog, precisamente hablando de la subida al Adarra el primer día del año.
   Ya entonces comentaba que no sabía explicar la razón de esta costumbre, y a pesar de haber estado pensando durante todo el año, barajando infinidad de argumentos, no he sido capaz de dar con el motivo último y real que me impulsa a subir en día tan poco apropiado a esta cima tan nuestra.
    Cuando digo “nuestra” quiero decir –y que me perdonen los montañeros de Hernani, Urnieta y Andoain–, donostiarra. En San Sebastián tenemos la suerte de estar rodeados de numerosas cumbres, modestas pero populares, y para los urbanitas que consideramos las montañas como algo más que meros accidentes geográficos, poder admirarlas a diario desde el mismo centro de la ciudad es un lujo. Si paseando por la Avenida levantamos la vista, descubrimos con sorpresa como la modestísima cima de Arratzain se convierte en un insospechado cono volcánico; desde el Paseo Nuevo, en uno de esos días claros del otoño, podemos contemplar las verticales paredes rocosas de Aiako Harria que parecen alzarse majestuosas justo encima del Alto de Mirakruz; y si cuando cruzamos el Urumea por el puente de Santa Catalina miramos a lo largo del río en dirección sur, vemos como las colinas van progresivamente ganando altura hasta llegar a la cima del Adarra que monopoliza la cuenca del Urumea desde sus recatados 817 metros.
   Llevo más de 30 años atravesando el río al menos cuatro veces al día por este puente. El Adarra es por tanto para mí una presencia cotidiana, un paisaje insoslayable, una referencia básica. Hay días gloriosos en que las verdes campas de su dura cuesta final refulgen al sol, invitándonos a subir y disfrutar desde la cima de las espléndidas vistas sobre Donostialdea y la inmensidad del mar. Otros días sin embargo, la montaña se oculta tras masas de nubes grises y negras como si estuviera enfadada, de tal manera que de no saberse que está allí, nunca sospecharíamos de su existencia.
   Desde mi improbable atalaya en el puente observo el paso de las estaciones, cómo las verdes praderas y oscuras hayas veraniegas de la cara norte van amarilleando y desnudándose a medida que nos adentramos en el otoño, mido la dureza del invierno contando las veces que la nieve cubre sus laderas y me sorprendo año tras año al comprobar los infinitos matices de verde con los que la primavera colorea sus vertientes.
   Escribía Luis Peña Basurto que “el Adarra es para los donostiarras el monte clásico, cercano, no carente de aspecto y que se visita en cualquier época del año... hermosa y siempre tentadora, aunque se haya pisado decenas de veces”. Y así es en realidad. Desde nuestras primeras aventuras juveniles cuando, objetivo de una “expedición” de día completo, desembarcábamos en la estación de Urnieta dispuestos a enfrentarnos a la primera y gran dificultad de la jornada, la célebre cuesta del cementerio, hasta hoy día en que nos bastan unos pocos minutos para ascenderla corriendo.
   Puede que la razón por la que subo al Adarra el uno de enero pueda hallarse buceando entre algunas de estas líneas, quizá deberíamos recurrir a algún sociólogo (¿mejor un psiquiatra...?) o a lo mejor poner una ventanilla en Besabi y preguntar a cada uno sus motivos.
   En fin, tendré que pensarlo. Tengo otro año entero por delante...







Neskak Adarraren gailurrean



Nota: las fotos son de este año y me he permitido algunas licencias.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu post, Juancar, y me he sentido identificado. Mi puente es el de María Cristina, no lo recorro a diario, pero sí muy a menudo, la vista de la ciudad asomada al Urumea es para mí, no sé si la más bonita (es difícil competir con la incomparable), pero sí la más entrañable. El telón de fondo del Adarra, al que le tengo tanto afecto, tiene la culpa. Está más presente en mi vida ahora que vivo en Donostia que cuando era chaval, en Hernani. He cambiado de ubicación pero el Adarra sigue estando ahí, como una referencia reconfortante, familiar.

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    1. Gracias Rafa por tu comentario.
      Habría aquí un tema del que tirar: cómo, a veces, un poco de distancia mejora nuestra perspectiva... queda en tu tejado por si te animas!!!

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